jueves, 15 de abril de 2010

VALLEJO HACIA LA ETERNIDAD - 15 DE ABRIL DE 1938 - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN


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César Vallejo y Santiago de Chuco- Nalo A.B


15 DE ABRIL


VALLEJO HACIA LA ETERNIDAD


PLAN LECTOR, PLIEGOS DE LECTURA


VALLEJO Y LA MUERTE LIBERADA



Por Danilo Sánchez Lihón


1. Y que hay un Viernes Santo

Abril en Santiago de Chuco es mes dulce, de tierra húmeda y de siembras; de fragancia A flores nuevas e íntimas; de recogerse al abrigo del fogón en las tardes entrañables y apacibles a probar el yantar después de las faenas del campo.

En este mes murió César Vallejo en París, simbolizando una siembra en esta tierra fértil, cuando apenas tenía 46 años y su vida era una bandera de honradez, dignidad y pundonor flameando en el viento.

Moriría un Viernes Santo:

día del cual tengo ya el recuerdo,

Había dicho él. Y, mucho antes lo precisó más aún:

y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado,
y que hay un viernesanto más dulce que ese beso.
En esta noche rara que tanto me has mirado,
la Muerte ha estado alegre y ha cantado en su hueso.


2. Muerte, con mayúscula

Todos estos son planos de una relación paradigmática de César Vallejo con la muerte, vínculo en el cual se dan diversas significaciones de su vida y obra con la muerte.

En los heraldos negros escribe:

Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé.
Golpes como del odio de Dios; como sí ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... Yo no sé.
Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

He aquí y siempre su aprehensión de la muerte, que era honda y terrible. Esta relación con ser constante y habitual, nunca dejó de tener el signo de lo estremecedor, atroz e ineluctable.

“Los heraldos negros”, como representación de la muerte, son esos adalides del dolor, son esos representantes de todo aquello que es acervo, oscuro y desalmado. Precisamente, son: “potros de bárbaros atilas o los heraldos negros que nos manda la Muerte”. Y Muerte, así, siempre con mayúscula.


3. “¡Qué horror!”

La muerte tiene entonces para César Vallejo el signo de lo fatal, siempre. Y ella como realidad, no es que la imaginó o la supuso. La tuvo muy cerca y muy presente en su vida. Estuvo muy marcado, y continuamente, por ella. Así:

Murió su hermano Miguel, el más cercano a sus juegos. Murió la mujer que más la comprendía y tenía la ilusión más grande acerca de él: María Rosa Sandóval.

Murió su madre cuando él atravesaba una etapa muy crítica y sensible en su vida.

Murió después su padre.

Murió rayo el perro de su altura. Murieron los vecinos del burgo. Murió su eternidad, y está velándola.

La muerte para él, como para todos nosotros, tenía el significado del dolor supremo.

Esta sensación está presente como ser humano que es.

Hasta en sus horas de agonía, cuando dice en un momento, refiriéndose al trance que iba a afrontar y en ese momento padecía:

“¡Qué horror!” Que fue la expresión que exclamó en su lecho de muerte.


4. La muerte heroica

Esta sensación le acompañó hasta el final, cuando refiriéndose a lo que ya presentía venir, la muerte, repitió aquellas palabras:

¡Qué horror! ¿Qué expresión más exacta y cabal acerca de la entraña y el talante de aquella parca?

Qué expresión más legítima en esa circunstancia, cual es decir:

“¡Qué horror!”

Y lo único que elimina el horror de la muerte es la muerte heroica.

Y es ello lo que abre paso a la muerte liberada o la liberación de la muerte; en donde a ésta se la libra de sus cadenas, de su encierro o de sus andrajos hasta dejar a besos su cadáver ensangrentado.

Ello ocurre cuando la muerte es heroica, cuando se da como sacrificio por el hermano, en solidaridad con todos los hombres; cuando ella sucede o transcurre como una ofrenda por la causa de la comunión universal con todos los hombres.


5. La muerte como posteridad

Una joven periodista le pidió a César Vallejo que le concediera una entrevista, la misma que saldría publicada en un importante medio de comunicación. Se negó respondiéndole con estas palabras:

– Entrevísteme después de mi muerte.

Y esa advertencia se cumplió porque esa entrevista se realizó después en base a los escritos que él dejara. ¿A qué apostaba entonces?

Este hombre que no encasilló ni la poesía ni la literatura como cosas de este mundo, para quien la poesía ni siquiera radicaba en escribir sino en una manera de ser y de vivir, dio vida a la posteridad.

“Entrevísteme después de mi muerte”, es desafiar esta vida con otra vida más allá de lo mundano, que es material y mecánico, donde no es importante lo que pueda decir su presencia física sino su espíritu, su obra, y su trascendencia.

Siendo así no se distancia mucho de Cristo. Porque Cristo, ¿no apostó acaso también a resucitar? César Vallejo era crístico, que es como decir contertulio, vinculado y consocio de Cristo.


6. La solidaridad humana

Hay una manera de sentir, de comprender y de vivir la muerte, que es universal.

Y ello es acongojarnos, sumirnos en la pena y la tristeza sea que la suframos por un ser querido en trance de morir, sea que ha partido y nos lacera su ausencia, sea que la temamos o tengamos ya el presentimiento de nuestra propia muerte.

Todos compartimos, como actitud y respuesta de la especie esa reacción y gesto y estremecimiento ante la muerte.

Pero, aparte de esta impugnación común y corriente para todos los mortales, y Vallejo era un ser mortal, hay otra concepciones, únicas y especiales.

Lo asombroso de Cristo es que tuvo una de ellas: revelarnos un ámbito postrero, el reino de Dios o el paraíso.

Entre estas concepciones inéditas y sublimes, que solo a seres visionarios se les puede hacer evidentes y expresarlas además con la máxima identidad, está aquella que sustenta y defendió en su vida César Vallejo.

Porque el no murió sino por consustanciarse con un drama y una causa, aquella que late y permanece en el trasfondo de la Guerra Civil Española, cual es: la solidaridad humana, desde donde erige su monumental liberación de la muerte.


7. Pregunta estupefacta

¿Cómo es ella?

César Vallejo forja, cincela, construye una nueva redención y una nueva salvación del hombre.

Y recién la posible liberación de la muerte, con las siguientes características, que lo intuye primero, y antes del holocausto español, en el poema “Las ventanas se han estremecido”, en donde expresa:

Ignoro lo que será del enfermo esta mujer, que le besa y no puede sanarle con el beso, le mira y no puede sanarle con los ojos, le habla y no puede sanarle con el verbo. ¿Es su madre? ¿Y cómo, pues, no puede sanarle? ¿Es su amada? ¿Y cómo, pues, no puede sanarle? ¿Es su hermana? Y ¿cómo, pues, no puede sanarle? ¿Es, simplemente, una mujer? ¿Y cómo pues, no puede sanarle? Porque esta mujer le ha besado, le ha mirado, le ha hablado y hasta le ha cubierto mejor el cuello al enfermo y ¡cosa verdaderamente asombrosa! no le ha sanado.

Aquí aún es pregunta estupefacta, llena de incertidumbre o asombro: ¿Nada puede contra la muerte?


8. Abolición de la muerte

El amor que es fuerza poderosa, sentido del universo, insignia de Dios en todo lo que es su creación, ¿nada puede contra la muerte? ¿Por qué?

Esta pregunta básica cuestiona todo lo que ampara el orden del mundo.

Cuando ante el compañero de cuarto en el hospital Le Clarité, muy enfermo y grave, se pregunta:

Su madre, su novia, su hermana, su compañera, lo besan, ellas que son las trasmisoras de ese amor que alienta la creación del mundo, ¿no pueden sanarle?

Aquí César Vallejo va construyendo su idea y su concepción de cómo hacer posible y redimir la muerte, que al final ocurre en España, aparta de mí este cáliz, donde “solo la muerte morirá” por la acción heroica de todos los hombres.

Pero antes aún intuirá:

“No es grato morir, señor, si en la vida nada se deja y si en la muerte nada es posible, sino sobre lo que pudo dejarse en la vida”.

Uno de los contenidos esenciales del evangelio Vallejo es este, el de la abolición de la muerte o también se lo puede llamar: la liberación de la muerte. “Solo la muerte morirá”, dice Vallejo, esto ya en España, aparta de mí este cáliz.


9. La aurora de un tiempo nuevo

Liberación de la muerte es de lo que se trata. Pero, liberarla ¿de qué?

De su prisión, de sus cadenas y de su actitud postrada. De su tristeza y de su mudez. De su inmovilidad, de su silencio y de su miseria.

Y ello a fin de que no sea ya nunca más una muerte inactiva, inútil e inerte. Y la muerte también sea una muerte militante, humana; en el sentido de jubilosa, constructiva y transformadora.

Como fue o es la muerte de todo aquel militante consagrado a servir a la humanidad y al bien común; en coherencia con el ideario vallejiano.

Siendo así será una muerte que deja de ser tal y que se vuelve vida. Ya no efímera sino significativa y eterna:

Constructores
agrícolas, civiles y guerreros,
de la activa, hormigueante eternidad: estaba escrito
que vosotros haríais la luz, entornando
con la muerte vuestros ojos;

Aquí los constructores agrícolas, civiles, guerreros, es decir los voluntarios de España, ofrendan su vida por el amanecer y por la aurora de un tiempo nuevo, de un mundo mejor, de una vida con imperativo moral.


10. Izando la misma bandera

que, a la caída cruel de vuestras bocas,
vendrá en siete bandejas la abundancia, todo
en el mundo será de oro súbito
y el oro,
fabulosos mendigos de vuestra propia secreción de sangre,
y el oro mismo será entonces de oro!

Ante aquella muerte hasta el metal precioso adquirirá su virtud más preciada y excelsa: ¡ser de oro!

¡Se amarán todos los hombres
y comerán tomados de las puntas de vuestros pañuelos tristes
y beberán en nombre
de vuestras gargantas infaustas!

Y no es que él solo alienta, proclama y canta mientras que otros dan su vida y mueren.

César Vallejo murió él mismo en este trance.

Él cayó extenuado por esta causa, el 15 de abril de 1938, en pleno día de batalla, como un guerrero más, aunque a 1038 kilómetros que es la distancia de Madrid a Barcelona, pero izando la misma bandera y la misma causa de la dignidad humana.


11. Página sagrada

Y sus últimas palabras justamente fueron:

“¡España!” “¡Me voy a España!”

Ante estos paradigmas hasta los sufrimientos, lo que es triste, apenado y fatal ha de ser motivo de júbilo y hasta de epifanía, porque triunfa el orden moral:

Descansarán andando al pie de esta carrera,
sollozarán pensando en vuestras órbitas, venturosos
serán y al son
de vuestro atroz retorno, florecido, innato,
ajustarán mañana sus quehaceres, sus figuras soñadas y cantadas!

En esto nos basamos para decir que es él un poeta que triunfa sobre la muerte, que la libera y la resucita. Y que ya no es solamente un poeta, sino un redentor, quien interpreta en función de los sacros intereses del pueblo cuáles son las claves profundas que amparan nuestra existencia.

Por eso su muerte en abril la repite como un acto ritual cada labriego de Santiago de Chuco que a esta hora siembra la tierra buena y fecunda siempre con la ilusión y la esperanza tangibles de construir el mañana.

Y aquel libro donde se escribe tales mensajes traspone entonces la poesía y se torna en letra moral y en página sagrada.


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Entrada editada por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)


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